Por: Tamara Alvarado H.
- Licenciada en Historia, PUC
- Licenciada en Letras Hispánicas, mención Lingüística, PUC
- Magíster en Historia, PUCV
- Master Études Médiévales, Université Sorbonne Paris 3, Paris 4, ENS, ENC.
- Doctorante en Université Paris 3 Sorbonne Nouvelle
- Profesora Université de Paris en Literatura y civilización medieval (año académico 2020-2021)
Hablar de magia remite rápidamente a una dimensión de lo sobrenatural, inexplicable e irracional; todas ellas, categorías heredadas de un racionalismo que, entre otras cosas, vio en el período medieval su directa contraparte. La Edad Media fue así, para los racionalistas e ilustrados de época moderna, un período oscuro, particularmente en el territorio de lo intelectual, un período demasiado sumergido en la fe religiosa, un período, en fin, que parecía no hacer esfuerzos por avanzar en la Ciencia, ni en la Razón. Y dejo estos dos últimos conceptos en mayúscula porque a partir del siglo XVII y sobre todo del XVIII, se instala la idea de que ciencia y razón no han pertenecido a otro período histórico que no fuese ese, la modernidad, la época del progreso, deificando con ello, transformando en dioses, lo que en realidad, es una actitud connatural a las sociedades.
Hablemos entonces de la actitud racional y científica en la Edad Media. En este período todo sistema de explicación de mundo parte de un postulado radical: desde el más pequeño elemento hasta el más grande (el cosmos) es una creación divina. Armoniosa, coherente y perfecta, esta creación es solo parcialmente comprendida por la mente humana. En efecto, el hombre medieval reconoce que el ser humano es el ser más racional de la creación divina en su conjunto y, sin embargo, se sabe limitado, imperfecto. Sabe, como diría tantos siglos antes el sabio Sócrates, que no sabe. Existen fenómenos que no encuentran una explicación evidente. La causa y el efecto no se comprenden. Durante muchos siglos, la actitud frente a tales tipos de fenómenos (actos de metamorfosis, de interpretación de sueños y de astros, actos de vuelo, de volverse invisible, en fin, de poderes mágicos) fueron explicados mediante la causalidad demoníaca. Agustín de Hipona (siglo V), autoridad en la materia durante varios siglos, señalaba que eran los demonios quienes, mediante poderes de ilusión, engañaban la mente humana.
Fig. 1: MS NAF 15939, fol. 10v. Miroir Historiale, Jean de Vignay. La creación de los cuatro elementos.
Esta explicación comienza a cambiar al interior de una elite intelectual hacia fines del siglo XII y, particularmente en el siglo XIII. Entre los años 1225 y 1250, Guillermo de Auvernia redacta una obra en latín en la que por primera vez consigna el término ars magica naturalis, “magia natural”. Y lo hace precisamente para explicar fenómenos que, a simple vista, son maravillosos, prodigiosos, diríamos nosotros, sobrenaturales o inexplicables. El postulado de Guillermo de Auvernia es que estos fenómenos por muy prodigiosos que parezcan son en realidad naturales y solo los ignorantes ven en ellos el resultado de una ilusión demoníaca. Este intelectual del siglo XIII propone, siguiendo los postulados que ya elaboraba por esos años la filosofía natural, que piedras, hierbas, animales, y astros, poseían ciertas propiedades ocultas que funcionaban sin que la mente humana pudiera percibirlas. Es decir, que fenómenos que se tachaban de mágicos, tenían en realidad una explicación natural y, por ende, racional. Veamos algunos ejemplos:
Nos cuenta Sophie Page que “la albahaca se encontraba en los lugares donde vivían las tres especies de basilisco: el alochrysus, el stellatus, de cabeza dorada, y el amathitis, de color rojo sangre. […], estos reptiles viven en la planta (cuyas raíces son comparadas con las pezuñas de un oso), pero el que la coja estará a salvo del poder asesino de sus miradas. Se distingue la naturaleza asesina de cada tipo de basilisco: con su mirada, el alochrysus incendia a su víctima, el stellatus deseca a su presa y el amathitis la destruye hasta que solo quedan sus huesos”. Así, tanto la mirada mortal del basilisco como las propiedades protectoras de la albaca pueden ser explicadas mediante una categoría científica, las propiedades ocultas, que permite a su vez hacer uso de esta planta, por ejemplo, sin ser acusado de brujería o pacto demoníaco.
Fig. 2: MS Arsenal 1031, fol. 47r. Liber quatuor tractatuum. Extracción de la mandrágora.
Veamos otro ejemplo, esta vez, útil al mundo de la medicina. La misma autora nos relata: “En la Medicina de quadrupedibus, atribuida a Sexto Plácito, se enumeran las partes de varios animales con sus virtudes médicas y de otros tipos. Se dice que el colmillo de elefante molido con miel elimina las manchas faciales, mientras que los muchos usos de las partes de un perro incluyen transportar su corazón para evitar ataques caninos o preparar un bebedizo con los excrementos de un perro blanco para curar a los hombres a los que se les hubiera aparecido un fantasma. […] el hígado de un toro, [es] recomendado como remedio para los mordiscos de los monos y de los hombres”.
Fig. 3: MS Latin 16169, fol. 188r. De animalibus de Alberto Magno. Descripción de animales y sus propiedades.
Ante la ausencia de mayores recursos tecnológicos para indagar en el funcionamiento del mundo natural, ciertos intelectuales medievales encuentran así, en el concepto de propiedades ocultas una forma de avanzar en la experimentación científica sin correr el riesgo de ser condenados por magia. Pues, a diferencia de otros tipos de magia –como el ars notoria, por ejemplo, que implica la invocación de ángeles – la magia natural no busca atraer ni comandar espíritus, sino utilizar las propiedades ocultas de los objetos naturales para fines tales como sanar, prevenir, o defenderse. Con ello, el siglo XIII abre una vía de experimentación en múltiples ámbitos del conocimiento que hoy, resultan ser el germen de muchos descubrimientos científicos, pues “a menudo se creía que los objetos exóticos, raros y peculiares poseían atributos asombrosos”, pero a la larga, “todo objeto natural contenía en potencia facultades ocultas. Estas se describían en textos sobre el uso de las piedras, los animales, y las plantas, así como en enciclopedias y obras sobre medicina”. Reconocidos intelectuales del período se inscribirán así en esta línea de pensamiento, así por ejemplo, Alberto Magno, Roger Bacon y Miguel Escoto.