Por: Tamara Alvarado H.
- Licenciada en Historia, PUC
- Licenciada en Letras Hispánicas, mención Lingüística, PUC
- Magíster en Historia, PUCV
- Master Études Médiévales, Université Sorbonne Paris 3, Paris 4, ENS, ENC.
- Doctorante en Université Paris 3 Sorbonne Nouvelle
- Profesora Université de Paris en Literatura y civilización medieval (año académico 2020-2021)
En la literatura medieval encontramos numerosas referencias a objetos que se mueven solos, como poseídos por una voluntad propia, armas mágicas que protegen a su portador de salir herido o de perder sangre, que le otorgan una fuerza sobrehumana, anillos que vuelven invisible, que ayudan a su portador a no ser víctima de sortilegios y hechizos. En fin, la literatura medieval utiliza estos motivos literarios que no ha inventado por cierto – pues muchos de ellos los encontramos también en la literatura griega y latina – los utiliza, digo, y los reinventa a cada siglo, agregando poderes, usos u objetos nuevos.
Fig 1. Morgana pone anillo mágico a Lancelot para hacerlo dormir.
Bibliothèque Nationale de France, MS Fr. 16999, fol. 208v
Si salimos un momento del ámbito de la ficción, el historiador de las ciencias, el historiador de las mentalidades o de la historia intelectual, por ejemplo, podrían hacerse legítimamente la pregunta sobre el origen o la base intelectual de tales prodigios. Pues, efectivamente, más allá de que se trate de recursos literarios, los objetos mágicos representados en la literatura encuentran en algunas ocasiones una base científica, si se quiere, sobre la cual los creadores de ficciones afirman su relato, lo conectan con los saberes establecidos de su audiencia. No es tarea fácil determinar el origen de cada uno de estos objetos mágicos, pues muchos de ellos siempre fueron solo inventos venidos desde el mundo antiguo, pero hay ciertos aspectos que nutren tanto la historia literaria como la historia intelectual y cultural. Mi invitación es a conocer uno de ellos.
Lo primero a tener en cuenta es que para el hombre y la mujer medievales el cosmos, el universo todo, desde lo más pequeño a lo más grande, han sido creados por una sola divinidad y eso implica una importante coherencia. Incluso si los seres humanos son incapaces, mediante sus sentidos, de percibir la complejidad de esa coherencia, esta existe, está dada como afirmación de facto. La expresión de este conocimiento de base, de esta coherencia de todo lo creado es la de que en el origen, todo fue creado a partir de los cuatro elementos: la tierra, el agua, el aire y el fuego. Desde las piedras más extrañas hasta los astros conocidos, pasando por el reino vegetal, animal y por cierto, el ser humano, todo está compuesto, en su base, de estos cuatro elementos que se combinan y que, gracias a ellos, conectan especies y seres de todo lo creado. A partir de ello, en parte, se puede explicar la influencia de los astros sobre la tierra y sobre la salud humana, o la influencia de ciertas plantas y de ciertas partes animales sobre el cuerpo humano. Las piedras, especialmente las raras y preciosas, poseen también una composición que permite, por ejemplo, que reciban influencia astral y así ser utilizadas como talismanes.
Fig. 2. La creación del universo.
Bibliothèque Nationale de France, MS français 22534, fol. 9r
Además de los cuatro elementos, en otra entrada les comenté sobre la teoría de las propiedades ocultas. Aún cuando no sea percibido por los sentidos humanos, las cosas y los seres poseen a veces ciertas propiedades desconocidas que generan efectos y fenómenos, a simple vista, inexplicables, pero que, en el fondo, por sus propiedades ocultas, se explican naturalmente, pues, insisto, estas propiedades les son naturales. En el siglo XIII Bartolomeo el Inglés escribe en latín la obra De proprietatibus rerum, “Las Propiedades de las cosas”, una obra de carácter enciclopédico que buscaba describir todo el mundo conocido, desde su creación, señalando sus características más importantes y su clasificación. Así, describe la creación del cosmos, las enfermedades, las partes del cuerpo humano, las cosas del elemento aire, fuego, agua y tierra. Entre estas últimas, me quiero detener en las piedras.
Fig. 3. Bestias descritas por Barthélemy el Inglés, en la traducción de John Corbechon
Bibliothèque Nationale de France, MS français 216, fol. 283r
Entre las muchas que menciona, este autor nos habla de una, originaria de la India, de color negro con manchas blancas, pero que para la época del autor ya se puede encontrar en muchos lugares y en diferentes colores. El autor pasa luego a contarnos que es una piedra que utilizan mucho los magos, los hechiceros, pues con ella pueden manejar tempestades y detener el flujo de los ríos. Con ella también pueden oír las cosas que otros dicen y atravesar peligros. Aún más, esta piedra vuelve a su portador una persona agradable y placentera. Si se trata de las que se encuentran en India, entregan a su portador fuerza y sanación. Citando a una autoridad en la materia, el autor termina por decirnos que dejando la piedra en el fuego esta exhala un agradable aroma.
Esta es una breve muestra de lo que en los siglos XII al XV, por ejemplo, circulaba como conocimiento enciclopédico, donde una piedra rara y preciosa tiene influencias a nivel meteorológico, a nivel médico, físico y además, despierta los sentidos. No la encontramos mencionada por su nombre en las obras literarias, pero sí sabemos de anillos mágicos utilizados por personajes como Gawain, Lancelot, la Dama del Lago, y otros, que dan fuerza, y que sanan enfermedades. Sabemos también que magos como Merlin mueven tempestades y cambian el curso de los ríos. Si consideramos los saberes de la época podemos al menos sospechar que en parte, estos relatos literarios quizás no se tomaban de forma tan ligera como lo hacemos hoy, y podían estar más cerca de ser comprendidos como realidad que como fantasía.